jueves, 23 de diciembre de 2004

Y qué más da

Joder, chaval, dos veces en un día. Ni yo me lo creo; será que estoy mogollón de aburrío, pero amos, que no sé yo, porque todavía tengo que hacer la maleta -mochila, macuto, maleta, qué más da, puristas de los utensilios para llevar cosas dentro-, merendar, cenar, llamar a mi casa -bueno, esto es pelín inexacto, puesto que no llamo, sino que doy un toque con el fijo y ya ellos se portan y llaman para acá, pero qué más da, puristas del teléfono-, recoger un poco el cuarto, que el otro día encontré una pelusa que me quitó el bocadillo de chopped que llevaba en la mano de un zarpazo -bueno, no fue un zarpazo, pues es de todos conocido que las pelusas no tienen zarpas, es más, no tienen brazos ni manos; ¡por dios! ¿qué clase de monstruo es la pelusa?, pero qué más da, puristas de las pelusas-, meter en una fiambrera la carne de caballo -sí, de caballo, qué pasa, ¿que no os gusta? ¿que pobres caballitos? y qué pasa con los pollitos, con los cochinillos, con las terneritas, a ver, ¿qué coño pasa con ellos? ¿u os creéis que las patas de jamón crecen en los árboles? Nooo, no crecen en los árboles, crecen por debajo de los cochinos que comen bellotas y de los que no las comen, pero qué más da, puristas de la carne-, y encima estoy aquí perdiendo el tiempo escribiendo toda esto, relato inteligente, sí, pero que no aporta nada a vosotros hijos de dios con minúscula, cada uno del suyo, llámese Ronaldo, Llamazares [aguante de ganas de reír mientras lo escribo] o los Reyes Magos, y no, listillos, no voy a poner nada de qué más da, puristas de, no lo pongo. Así sea.

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