viernes, 24 de diciembre de 2004

GH

Sí, lo admito, veo Gran Hermano y me gusta, no me importa decirlo. No tengo ninguna vergüenza por ello, y no creo que esté desperciando mi tiempo en la televisión cada jueves por la noche. Es un programa distraído, un concurso que engancha a todos, no distingue entre bolsillos, profesiones o tipos de televisión; pero lo más interesante que presenta -y no es Mercedes Milá, que cada día está más arrugá, que de estar tol día viendo la casa, se está convirtiendo en una uva pasa- es las pasiones y los odios que levanta, tal como puede hacerlo Raúl, amado o denostado, pero que no deja indiferente y tampoco se sitúa en un punto medio. Es la grandeza de Gran Hermano, que ha sabido sobreponerse a una parrilla de programación cada vez más exigente y cambiante, que no deja de dar sorpresas, que destruye aquello que se hace eterno y pesado, repetitivo y cansino. GH no ha sido así, sino que se ha reconvertido cada año a las peticiones sociales bien interpretadas por el grupo de casting, estupendo a la hora de elegir concursantes -pues no son más que eso, simples y meros participantes, ya que lo que hagan luego lo hacen, aunque impulsados por la imagen que ofrecen en la tele, por cuenta y riesgo propio-. Ha sido apoyado por sociólogos, filósofos y otra gente del mundo de la cultura -ahora menos, claro está, pues ya no presenta novedad en cuanto a formato-. Y nos ha cautivado a todos. Quienes ahora lo critican disfrutaron con Ismael Beiro en el verano del 2000. Los gustos cambian, ¿pero por qué? ¿A cuenta de qué? No lo sé. Lo propondré como proyecto. Gracias, Gran Hermano, me lo ha pasado muy bien contigo este otoño. Pero no te lo creas mucho, puede que el año que viene te odie. Así sea.

No hay comentarios: