jueves, 28 de octubre de 2004

La nocturnidad

Siempre vienen los pensamientos en tres momentos: antes o después de comer, mientras coges el sueño y, por último, en los períodos de desvelo. Este último es el mío ahora, escuchando canciones desconocidas, delante de una pantalla de ordenador que horada mi vista poco a poco, y sin nada más que hacer que pensar. Que no es malo, ni mucho menos. Entonces, a lo que iba. La noche no es un momento del día, es más bien un estado de ánimo. Una vez que la oscuridad se alza -o cae, depende de tu percepción y posición-, el cerebro sufre una transformación y las neuronas se activan, la sinapsis es un heho real que ha estado aletargado durante las horas de sol, y el mundo se abre. Ves cosas que no creías que iban a aparecer en tu mente, sombras, ruidos, te dices para qué estoy aquí, por qué GH va por su sexta edición y con vistas a más, por qué el DNI lleva esa letra y no otra, para qué sirve el botón turbo en los teclados antiguos, por qué Bush es querido en Estados Unidos pero odiado en el resto del mundo, para qué pensar si ya los medios te lo dan todo hecho y mascadito para que sólo recibas. Y muchos más enigmas de la vida, que irán saliendo poco a poco. Nada más hay que esperar un poquito de nocturnidad. Así sea.

Para qué

Yo no lo sé. No es una pregunta, es una idea, muy básica, pero la más compleja de responder. Desde este lado de la pantalla, se intentará que la gente, que cualquier persona, piense, debata en sí mismo y consigo mismo, reflexione. Porque no podemos estar quietos, ni debemos. Sólo es un grito de ánimo. Dejen volar su imaginación, dejen salir sus ideas. Todos las tenemos. Sólo hay que darles un paseo de vez en cuando. Así sea.